Joan era una muchacha que decía tener muy mala suerte en el amor. La conocí ya hace años y siempre se quejaba de su supuesto infortunio, solía culpar a sus kilos extras y la sociedad superficial su soledad. Decía que estaba sola porque quería, porque todos eran muy estúpidos, aunque siempre parecía estar queriendo casar hombres.
Un día conoció por internet a Julio César, un hombre apuesto, grande y con sonrisa de emperador romano. Joan se resistió a su encanto unos días, pero finalmente aceptó que le gustaba. Julio era muy atento y solía preguntarle a la dulce muchacha por sus penas, hasta que un día se pusieron de acuerdo para conocerse en un parque, cerca de un Sanborns.
Joan se puso su falda más bonita y se sentó con cuatro personas en una húmeda banca. Ya era la hora, las ocho de la noche y su emperador no llegaba. Empezaron a caer pequeñas y suaves gotas que tocaron su cara, los hombres a su lado se fueron yendo poco a poco, hasta que quedó solita, sola en la noche, con la brisa de octubre.
Ya daban las once, y la muchacha se aferraba a una falsa esperanza, pero cuando una hoja de otoño caía tan lenta frente a ella, se vio a si misma, y las lágrimas brotaron fuerte, como la lluvia torrencial que justo después se desató. Los maldijo. Maldijo a todos. Maldijo a Dios. ¿Por qué? ¿Cómo es que siempre encontraba una nueva forma de humillarla? ¿De hacerle pensar que el amor no existe? Estaba acorralada en su inseguridad.
...
Y pasó la noche, empapada en su cama, aún con la faldita y el cabello mojado. Lo último que quería hacer en su vida era volver a ver a Julio, quedarse para siempre refugiada en el dolor de octubre. Pero lo volvió a ver. Al prender su televisor, estaba él, el noticiero local, un asesino serial, al fin atrapado, la noche que estaba por casar a su cuarta víctima.
Dios tiene formas misteriosas de obrar, podríamos estar en la lluvia fría, pero aún en sus brazos... y con una pequeña sonrisa, Joan volvió a llorar.
Un día conoció por internet a Julio César, un hombre apuesto, grande y con sonrisa de emperador romano. Joan se resistió a su encanto unos días, pero finalmente aceptó que le gustaba. Julio era muy atento y solía preguntarle a la dulce muchacha por sus penas, hasta que un día se pusieron de acuerdo para conocerse en un parque, cerca de un Sanborns.
Joan se puso su falda más bonita y se sentó con cuatro personas en una húmeda banca. Ya era la hora, las ocho de la noche y su emperador no llegaba. Empezaron a caer pequeñas y suaves gotas que tocaron su cara, los hombres a su lado se fueron yendo poco a poco, hasta que quedó solita, sola en la noche, con la brisa de octubre.
Ya daban las once, y la muchacha se aferraba a una falsa esperanza, pero cuando una hoja de otoño caía tan lenta frente a ella, se vio a si misma, y las lágrimas brotaron fuerte, como la lluvia torrencial que justo después se desató. Los maldijo. Maldijo a todos. Maldijo a Dios. ¿Por qué? ¿Cómo es que siempre encontraba una nueva forma de humillarla? ¿De hacerle pensar que el amor no existe? Estaba acorralada en su inseguridad.
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Y pasó la noche, empapada en su cama, aún con la faldita y el cabello mojado. Lo último que quería hacer en su vida era volver a ver a Julio, quedarse para siempre refugiada en el dolor de octubre. Pero lo volvió a ver. Al prender su televisor, estaba él, el noticiero local, un asesino serial, al fin atrapado, la noche que estaba por casar a su cuarta víctima.
Dios tiene formas misteriosas de obrar, podríamos estar en la lluvia fría, pero aún en sus brazos... y con una pequeña sonrisa, Joan volvió a llorar.
2 comentarios:
me gustó :B
ves por que quiero que el gato conosca a la changa!?
xD!
ooooorale!!! yo juraba que el asesino era el mayordomo,nop verdad,jajajaja,ahora me explico tantas cosas,muchas gracias por darle un rayon a mi blog ojala y sigamos leyendonos,un apreton de manos y sigamos escribiendo porque esto se convierte en un vicio,jejejeje.
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